miércoles, 26 de enero de 2011

Conversación con un trapero


-¿Qué te parece este dibujo? Es nuestro logotipo.
-Bien, es bonito
-Ya pero... ¿qué ves?
-Un trapero mayor... ¿no? Arrastrando muebles con los zapatos rotos y fumando un cigarro.
-¿Y qué más?
-No se...
-Venga hombre, ¿qué más ves?
-Veo que está contento.
-Exactamente. Es un hombre feliz.


-REPORTAJE: 'Muebles viejos, hombres nuevos'

sábado, 15 de enero de 2011

Modelos de mujer

"Movió vagamente el brazo para designar el espacio que se abría a su alrededor, un reino tan mísero, y siguió hablando, pero yo ya no la escuchaba, cuando las tetas me crezcan del todo me compraré sujetadores de encaje transparente con flores bordadas de muchos colores, me decía, muy horteras, pero preciosos, y me pondré medias negras con una costura atrás, tan fina que sea casi imposible llevarla recta, y zapatos de tacón alto, altísimo, eso haré, me pintaré los labios de rojo oscuro, y tendré la piel muy suave y oleré bien, muy muy bien, como huele mamá ahora, y los tíos se desplomarán a mis pies, todos los tíos, y yo me portaré fatal con ellos, lo siento, pero eso es lo que voy a hacer, coquetear con todos a la vez, y luego, si no llega alguno que sea estupendo, pero estupendo del todo, de verdad, como los novios de las películas, escogeré al que tenga un descapotable, rojo, si puede ser, o amarillo, a lo mejor..., no, me apetece más ir en un escapotable rojo, con un sombrero, y un pañuelo de puntas muy largas enrollado en el cuello, y unas gafas de sol enormes, oscuras..."

Acabo de terminar de leer 'Modelos de mujer', un libro de cuentos cortos de Almudena Grandes (1996) en los que todas las protagonistas son mujeres. Este fragmento pertenece al de 'Bárbara contra la muerte'. Aquí una niña piensa en cómo será su vida mientras una monja la regaña. Os lo recomiendo.

martes, 11 de enero de 2011

Sandra y el tren

Como cada lunes, cada martes, cada miércoles, cada jueves y cada viernes, Sandra esa mañana cogió el tren. Como cada lunes, cada martes, cada miércoles, cada jueves y cada viernes, aprovechaba los 23 minutos de trayecto para planificar el día. Solía repasar mentalmente los informes que aún tenía a medias, las llamadas y correos pendientes de respuesta. Priorizaba las tareas.

Antes en el tren leía. Durante años, leía. Pero ahora economizaba el tiempo. En eso era un reina. Esos 23 minutos con la mente fresca, recién duchada y desayunada, resultaban enormemente productivos. Esa mañana, en concreto, Sandra planificó tres llamadas que debía hacer no antes de las diez ni después de las once, pensó en que convocaría a su equipo a una reunión para el próximo jueves a lo más tardar y terminaría, hoy sí, el balance de resultados en el que llevaba dos semanas trabajando.

Antes, cuando leía en el tren, no se preocupaba tanto de organizarse. No lo veía importante. Antes a veces se fijaba en sus compañeros de vagón. Incluso entablaba conversaciones imaginarias con desconocidos. Ahora, los años le habían enseñado que eso no era útil. Es más, no servía para nada. Había aprendido que a los desconocidos del tren les traía sin cuidado. En cambio, planificarse el día le hacía mucho más fácil la jornada laboral.

Esa mañana, en concreto en el minuto 17, pasó algo que no había pasado ningún lunes, ni martes, ni miércoles, ni jueves, ni viernes. Algo inesperado, extraordinario, increíble y prodigioso. Tan inesperado, extraordinario, increíble y prodigioso que Sandra se bajó una parada antes.
 
Y se olvidó de las tareas del día.
 
*Tenía esto por ahí escrito...

domingo, 9 de enero de 2011

Feliz año, Antonio

Estando pensando en el sofá en lo desgraciada que es la vida en en general y mi vida en particular llamaron a la puerta. Quién molesta a estas horas.
Es Antonio, el vecino del cuarto.
No por Dios. No estoy de humor. Vendrá a que le instale su nueva TDT, o el DVD, o cualquier otro aparato. O a preguntarme porqué el mando de la tele está atrancado. Me autocompadezco y, resignada, me sale una media sonrisa.
-Hola Antonio, qué pasa.
Antonio debe tener como 70 y muchos. Cuando subo a su casa siento pena. No porque viva mal, al contrario. Su casa es grande y tiene de todo. Siento pena porque la tele siempre está demasiado alta. Y todo demasiado limpio. Y porque está solo, completamente solo, y no parece que eso le haga feliz.
-Hola bonita, qué tal.
Sorprendentemente, hoy no quiere que le instale nada.
-¿Y tu madre?
-Está comprando, creo.
-Ah. Oye pues es que venía a traeros el número de teléfono de mi hijo, que vive en Nueva York.
-Ah...
-Por si me pasa algo y eso. Para que le llaméis. Hay que marcar todos los números que vienen aquí. Todos, ¿eh? Y toma también una copia de las llaves de casa. Yo creo que de este año no paso. ¿Y tu padre cómo anda?
-Murió en abril del año pasado.
Se lo he dicho unas 20 veces desde entonces.
-Cuánto lo siento hija. Bueno eso, guárdate el número. Luego os traigo una tarta.
Siempre que le "hacemos un favor" nos regala una tarta que él mismo hace. Están malísimas. Suelen permanecer semanas intactas en la nevera hasta que mi madre dice: Esto ya está malo. Y las tira.
-Feliz año Antonio.
-Feliz año bonita.

Y me vuelvo a pensar al sofá. Y pienso que a lo mejor mi vida en particular tampoco es tan desgraciada. Pero que la vida en general si que lo es. Y mucho.