sábado, 19 de noviembre de 2011

Frutas Virginia

Como necesitaba dinero, fui a pedirlo al banco. A La Caixa. Me dijeron que sí, que me lo daban, pero que A CAMBIO “podría” contratar un seguro. "¿Y qué me dais vosotros A CAMBIO de tener domiciliada aquí mi nómina desde los 18 años?", pensé. "¿Qué  seguro?", dije. "Un seguro de vida", contestaron. "Tengo 26 años, soy soltera, sin hijos... no tiene mucho sentido", repliqué. "Ya...", dijeron. Nos miramos durante un par de segundos. "No me voy a hacer un seguro de vida por un adelanto de 500 euros que sabéis, QUE SABÉIS, devolveré la semana que viene", argumenté. "Putos rastreros", pensé. "Vale... pues por lo menos hazte un seguro dental, son 10 euros al mes", contraatacaron. “Y tu nómina no es tan alta como para que te hagamos un descubierto porque sí”. Ahí no les faltó razón. Mi nómina no es tan alta. Mi nómina no se merece nada. Así que firmé, pensando que no lo quería seguir pensando. Estamos en crisis.

Como me había hecho un seguro dental que incluía limpiezas bucales gratis, llamé para pedir cita. Cuando me dieron la dirección de la clínica, enmudecí: Joaquín Costa, 35. "¿Sabes dónde es?", dijo la que contestaba el teléfono. "Sí, sí, sí. Sé dónde es. Gracias".

El día de la cita, cogí el Metro hasta Nuevos Ministerios, aunque sabía que República Argentina quedaba más cerca. Pero Nuevos Ministerios es línea directa. Y QUERÍA subir por Joaquín Costa. Al principio no quería creer lo que creía estar viendo desde el principio. Pero sí, si era, sí. Justo después de la piscina municipal. El local donde tantas horas pasé de niña jugando a ser frutera y leyendo tebeos, ahora era un Marco Aldany. Un puto Marco Aldany de mierda.

Como ya estaba allí, me asomé. Lo único reconocible era la escalera vieja, ahora nueva, con forma de caracol. Lo demás, todo lo demás, era distinto. Ya no había nada. Donde antes estaba la cámara de frío, ahora había cabinas de depilación. Lo demás no pude identificarlo siquiera. Como si Frutas Virginia, "muy buenas para conservar la línia", nunca hubiera existido.

Como llegaba tarde al dentista, seguí subiendo. Al rato, con la boca abierta y una sensación horriblemente desagradable en las encías, recordé mi escondite secreto, los pedidos por teléfono, los viajes a Mercamadrid -para comprar género-, los viajes en Metro hasta la ‘frute’ -de cuando la línea 10 era la 8 y la estación Santiago Bernabéu se llamaba Lima-. Los sábados por la mañana atendiendo a clientas con ganas de conversación, los delantales azules, "la mejor fruta de todo Madrid". Recordé a Paco, a Toño y a Williams. A Martín. A Martín cantando, a Martín contando chistes, a Martín contando historias de cuando la guerra y explicándome lo que eran los ‘rojos’. Y a Rufina, su esposa, que era muy mayor pero tejía jerseys. Recordé a papa. Y cuando jugábamos a que él venía a comprar fruta y yo se la vendía a precio especial, pero todo muy profesional, como si no nos conociéramos. Y cuando me daba 200 pesetas para que fuera al quiosco, a comprar tebeos o cromos, por haber ordenado las cajas. Y cuando íbamos hacer los repartos por el barrio de El Viso, que es “una zona de ricos, de millonarios”, pero “muchísimo peor que Fuencarral, dónde va a parar”. Y cuando me explicaba las diferencias entre una golden, una reineta y una starking. Y recordé lo divertido que era subir y bajar el toldo con la manivela. Yo era la encargada del toldo.

Y como lo recordé todo, me enfadé. Porque Frutas Virginia cerró porque dejó de vender suficiente. Porque los nuevos vecinos del barrio –‘pijosdemierda’- empezaron a comprar la fruta envuelta en plásticos en el Corte Inglés de un poco más abajo. Cerró y tiempo después supimos que allí habían puesto un bar. Eso aún podía aceptarlo, los bares, qué lugares, son muy nuestros. Pero Frutas Virginia no podía ser un Marco Aldany. Eso NO PODÍA SER.

Salí del dentista con mucho dolor. De boca -¿cómo pueden hacer tanto daño estos malditos sacamuelas?-, de cabeza -demasiadas horas al día delante del pc- y de corazón. Pasé de nuevo de la República Argentina y volví a parar ante la franquicia peluquera. "9,99 euros lavar, cortar y peinar", rezaba un cartel. Ni siquiera tenían toldo, los muy cutres. La ira, entonces, se apoderó de mí. Y pensé en vengarme, como Sabina, a pedradas contra los cristales. Pero no había piedras por allí.

Así que... no tenía otro remedio más que carraspear, repetidas veces, haciendo el ruido ese que tanto asco da, hasta acumular un buen 'gapo'. Y lo escupí con todas mis fuerzas sobre los putos carteles-oferta. Y después bajé toda la calle corriendo, con tacones.

Y solo cuando ya estaba en el vagón, línea 10 dirección Fuencarral, lloré sin consuelo.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Igual que si fuera un sueño

Antes de que existiera la piratería (de copias y descargas de contenidos digitales ilegales, no de bandolerismo marítimo, que se me entienda) las tiendas de música tenían tirón. Ir a Madrid Rock por ejemplo, en Gran Vía, molaba. CD, casetes y vinilos compartían estanterías. Eran los 90. (Ahora el local lo ocupa un Bershka, tienda de ropa para adolescentes propiedad de Inditex).

Una tarde de 1995, de paseo por el centro, nos llevó mi madre a ver la tienda. Se estilaban por entonces las filas de auriculares donde podías escuchar las novedades del momento. Ali, mi hermanita, estaba cansada, se puso protestona y, para evitar probables llantinas, la pusimos a escuchar un disco cualquiera. Como media hora estuvo la niña con la misma canción allí solita. Dio la casualidad que era la más famosa de Ketama, cuyo estribillo dice:

No estamos locos
que sabemos lo que queremos
vive la vida
igual que si fuera un sueño
pero que nunca termina
que se pierde con el tiempo
y buscaré, oye pero buscaré

La niña, con cinco años, se lo aprendió. Para qué quisimos más. Primero días, después semanas, cada día cantaba ( y bailaba) mañana, tarde y noche el 'no estamos locos'. "Yo quiero el disco de Ketama", "Ketama es mi grupo favorito", repetía.

Ahora, que ya se ha hecho un poco mayor y Ketama no es su grupo favorito, está de Erasmus en Roma. Por lo que se ve tiene tiempo libre y se ha hecho un blog. Me he acordado de esta historia al ver el título:

Igual que si fuera un sueño 

 FOTO: Ali, con 21.

Por cierto, consiguió el disco.

martes, 1 de noviembre de 2011

Qué malas son

 
Mi experiencia personal me dice que cuando un grupo de gente debate sobre la violencia machista SIEMPRE SIEMPRE SIEMPRE hay algún listillo que dice: "También hay muchos hombres maltratados y la ley no los trata igual". Inmediatamente después te comenta un caso que recuerda haber visto en algún sitio -nunca tiene muy claro dónde- y después te habla de un amigo suyo que fue herido en lo más profundo de su ser por una novia que era "muy mala" (Las mujeres somos malas por naturaleza para la conciencia popular española, eso es así. Lo cual que no deja de ser curioso sabiendo que el número de delincuentes varones es abrumadoramente superior en todos los tipos delictivos. Aún así, nosotras somos más malas y más retorcidas -adjetivo muy utilizado para calificarnos-, qué le vamos a hacer).

Pues bien. Aprovecho la libertad que me da este blog, que es mío y solo mío, para mandar a todos esos listillos a hacer puñetas. Y para pedirles que por favor dejen ya la historia del hombre ese que una vez fue maltratado, que ya me la sé. Que no la niego, de verdad que no. En esta ocasión, y solo porque me apetece y sin que sirva de precedente, voy a dar argumentos.

El año pasado 71 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas en España. No fueron insultadas ni humilladas ni heridas en lo más profundo de su ser. Fueron apuñaladas, asfixiadas, disparadas, degolladas o golpeadas hasta la muerte. No sabría decir cuántos hombres corrieron la misma suerte, si es que hubo alguno. He buscado y no he encontrado. Lo que sí he visto son cifras sin contrastar que no se sabe muy bien de dónde salen y foros de gente que se pregunta por qué lo medios -y el Gobierno- ocultan esta información. A ellos les digo que hay muchas cosas que criticar a los medios, pero una de ellas no es la ocultación de asesinatos. En los periódicos esas historias se cuentan. Doy fe.

El 28 de diciembre de 2004, con Zapatero como presidente, se publicó la ley de medidas de protección contra la violencia de género. Define esta violencia en su primer artículo "como manifestación de la discriminación, situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aún sin convivencia". Deja claro que es una ley hecha para proteger a las mujeres de los hombres, sin viceversa.

Fue -y aún es- muy criticada. Hay quien dice que es anticonstitucional pues va en contra del artículo 14 de la Carta Magna (Los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión...). Perfecto, PERO: ¿Sabéis lo que es la 'discriminación positiva'? En otros países se estila mucho y en este no tanto. Son mecanismos políticos y jurídicos para buscar la igualdad real, efectiva, no solo sobre el papel. Son medidas que dan atención preferencial a aquellos grupos con menos oportunidades. Podríamos decir que es un remedio corrector de injusticias. Sin estas medidas, me río a carcajadas del artículo 14 de la Constitución.

La norma de 2004 pretende luchar CONTRA EL MACHISMO. Porque este país es machista y mucho. El deber de los legisladores es paliar de alguna manera esa disfunción. Por supuesto deben ser condenadas las mujeres que maltratan a sus parejas. En el Código Penal se encuentran tipificados los diferentes delitos (lesiones, agresiones, homicidios o lo que sea). Y pagan por ello. De acuerdo también en que no parece de recibo que cada varón imputado sea condenado como representante o heredero del grupo opresor. Pero no creo yo que los hombres deban poner el grito en el cielo porque haya medidas que nos favorezcan a nosotras. De verdad que no.


-Iguales somos