lunes, 14 de enero de 2013

El Chico

Lloro mucho, por cualquier cosa. De manera incontrolada y en cualquier lugar. Pero no quiero, de verdad, en algunas situaciones es embarazoso, puede incomodar. No procede. Lloro por poesías, por noticias, por gestos heroicos, por películas, por recuerdos, por alegrías, por canciones, por enfados, por desmemoria, por desgracias propias y ajenas, por la emoción de ver a quien defiende sus ideas, porque me siento humillada, o incomprendida, por rabia, por algo que hice, por historias que me cuentan, por historias que yo cuento, porque no me quiero morir, por discusiones, por indignación, por tristeza sinsentido.

No es de ahora, es de siempre.

Hace unas semanas, o puede que algún mes, lloré porque mi madre había hecho limpieza general. Sí. Aguanté las lágrimas hasta llegar al cuarto de baño, eché el pestillo y lloré bajito, pero con mucha rabia. "Con todas las desgracias que suceden estos días, Lucía, no seas infantil". Ya. Pero es que mi madre había hecho limpieza general y eso significa: "He tirado algunos de tus recuerdos a la basura porque ocupaban espacio".

No me importó en exceso el regalo masivo de libros, películas, cómics. Porque sí, hay quien los puede aprovechar más que yo. Ni siquiera que se desprendiera de maletas llenas de ropa, sin consultarme qué me pongo y qué no. Ni los collares y tacones que nunca utilizo. No. Pero sí me importó, muchísimo, que tirara, quién sabe dónde, la figura de Charlot y el Chico. Una pequeña escultura, tallada en piedra, que siempre, o hasta donde alcanza mi memoria, nos ha acompañado en el salón. Charlot y el Chico, muy serios o muy tristes o muy aburridos, según el día, sentados en un banco, con los zapatos roídos y remiendos en la ropa, con bombín el mayor y boina el pequeño, inmóviles. Solíamos hablar con ellos.

Cuando descubrí la 'limpieza' tuve ganas de gritar muchos tacos. Pero qué MIERDA era esa. Pero mi madre, mi compañera de piso, no acepta bien las críticas. Y yo últimamente evito conflictos. Así que fui a llorar al baño. Después, encendí el ordenador y busqué fotos y vídeos. Reminiscencias. Y se me pasó un poco el enfado. Porque mis recuerdos son míos y no se pueden tirar. No caben en ningún cubo de basura. 

 
Ahora el Chico me acompaña, él solo, en mi perfil de Twitter. Un lugar que frecuento casi tanto como antes frecuentaba el salón.