
La entrada de hoy es una entrada que escribo por encargo. Quiero decir que Monse lleva días diciéndome: "Luci, tienes que publicar algo en tu blog sobre los semáforos en Edimburgo. Esto no puede seguir así, tenemos que denunciarlo de alguna forma". Y yo, que soy una firme defensora de denunciar donde se pueda todo lo que me parece que está mal, accedí. Así que ahí va: Los semáforos en Edimburgo no funcionan bien. Están completamente descoordinados. Siempre -y cuando digo siempre no estoy exagerando- están en rojo para los peatones. A veces, de hecho, están en rojo para todo el mundo: coches en cualquier dirección, bicis y peatones. Por las mañanas sólo tenemos que cruzar una calle para coger el bus. Pues bien, solemos tardar una media de 7 minutos en cruzar una calle de tres metros. La lucecita siempre está en rojo y, cuando se pone en verde, tienes que pasar corriendo porque dura así unos diez segundos. En fin, denuncia hecha, misión cumplida? No lo creo. Pero como un día me toquen mucho más las narices y vuelva a perder otro bus, prometo escribir una carta formal y enviarla al Ayuntamiento. He dicho.


Había una vez una familia muy rica que vivía en un palacio. El palacio era muy grande y muy bonito. El palacio era de golosinas, chuches, caramelos y muchos dulces más. El palacio también tenía un jardín. Los jardineros eran un gigante muy pequeño y Pulgarcito que era muy grande. La criada del palacio era una bruja muy buena y muy guapa que al cabo del tiempo se casó con un príncipe que cuando la bruja le besó el príncipe se convirtió en una rana. La reina era la reina de los corazones, el rey era el rei Midas, los reyes tenían cinco hijos. El más pequeño era Aladín, después la Cenicienta, Pinocho, la Bella durmiente y la más grande era Blancanieves. La família tenía una mascota, el gato con zapatos de cristal, que era muy egoista y si alguien no le hacía caso el gato le arañaba y le dejaba muy mal, el gato también era muy presumido, siempre le llevaban a las peluquerías más caras de toda la ciudad. 
