Estoy en un aeropuerto. He llegado pronto, demasiado pronto, aún quedan más de dos horas para embarcar. Voy a comer un poco. No sé si por hambre o por hacer tiempo. O para hacer tiempo y así luego no tener hambre. O lo que sea. Son las 12.00 horas. Qué hora más rara. No es hora de nada, si te fijas.
Elijo uno de los bares self service. Ese mismo. Pido un sándwich de pollo y una coca-cola (light). Me dan el 'seudobocadillo' envuelto en una bolsa de plástico. Los cubiertos, también. El plato y el vaso para servir el refresco son de plástico igualmente. Y la botella de 0,75 centilitros de cola americana, los sobres de ketchup, mayonesa y mostaza, así como la bandeja sobre la que todo se deposita, como ya habréis adivinado, mis queridos y audaces lectores, están hechos, efectivamente, a base de derivados del petróleo. Duros y blandos. Inflamables, en cualquier caso. En pocos minutos serán basura.
Un malestar me invade repentinamente. ¡Qué tentempié tan poco ecológico! ¡Cuántos desperdicios para tan poca hambre! Recuerdo este documental. Y maldigo el consumismo salvaje. Maldigo los productos de ‘usar y tirar’. Maldigo a quienes consumen “por hacer tiempo”. Maldigo las multinacionales y su poco respeto al medio ambiente. Maldigo la fast food. Maldigo el capitalismo y los países del Norte. Maldigo formar parte de un sistema tan repulsivo.
Pero me como el sándwich.
Lamento que apenas sepa a pollo.
1 comentario:
Yo también suelo maldecir lo que hago,muy especialmente cuando se que daño a quienes no pueden defenderse...
¡Sirve de reflexión!
Excelente hilo conductor.
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