A mi abuela la mató el euro. Murió el 2 de febrero de 2002. Justo un mes después de que ya no se pudieran usar las pesetas. No sabía leer. Era analfabeta vamos. Yo, a mis 16 añitos, intentaba explicarle trucos que había oído para calcular los precios, para calcular que un euro eran cientosesentayseiscomatrescientasochentayseis pesetas. Facilísimo vamos. Un día de enero se puso a llorar. Tenía miedo de que la engañaran en las tiendas. Mi tío Lolo empezó a ir con ella al 'mercao'. A la semana siguiente la fui a ver porque se había puesto mala, a los dos días la fui a ver al hospital, y al siguiente día fui al cementerio.
Antes de que a mi abuela la matara el euro, me contó muchas cosas. A veces cosas repetidas. Como la historia de cuando al Santi -mi tío, su hijo pequeño- se le cayó un yogur a la basura. La historia me la contaba tal que así: "Ay Luci, ten cuidado cuando te comas un yogur, no te vaya a pasar lo que le pasó al Santi, que cuando era pequeño fue a comerse un yogur y quiso tirar a la basura el líquido ese que te viene... ¡¡Ayyy!! -en este momento le entraba una carcajada que a veces acompañaba hasta con lágrimas- pobrecito mío... -otra carcajada-, en vez de tirar solo el líquido se le cayó el yogur entero". La historia me la contó muchasmuchísimas veces. No solo cuando comía yogur, también otras veces.
"Mi abuela ha'pasao' hambre", pensaba yo, "Abuela, tú has 'pasao' hambre", le decía. "Si hija, si", me respondía. Y luego me contaba cosas de cuando comían pan duro y así. Y de cómo se las ingeniaba para cocinar con pocos ingredientes. Después me daba consejos prácticos como freír sin que te salpique el aceite -echando harina- o que las albóndigas tengan su justa medida -lo que cabe de carne picá en el tenedor-.
Después de su muerte, me fui enterando de cosas que no sabía. Me enteré de que su hija no era del mismo padre que sus siete hijos. Me enteré de que su primer marido la había maltratado. Y de que había tenido narices para divorciarse. Me enteré de que estuvo aislada en un pueblo en la Guerra Civil. Me enteré de que mi abuelo, su segundo marido, nunca estaba en casa y, cuando estaba, estaba borracho. Pero de eso nunca me hablaba. Supongo que se evergonzaba o pensaba que era irrelevante.
A las nietas las llevaba a la cocina. A los nietos les dejaba en el salón. "Que se entretengan ahí ellos" decía. Y se reía. Era tradicional mi abuela -por no decir machista-. Se llamaba Lucía y no iba de luto.
Ahora tendría 87 años.
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