martes, 11 de enero de 2011

Sandra y el tren

Como cada lunes, cada martes, cada miércoles, cada jueves y cada viernes, Sandra esa mañana cogió el tren. Como cada lunes, cada martes, cada miércoles, cada jueves y cada viernes, aprovechaba los 23 minutos de trayecto para planificar el día. Solía repasar mentalmente los informes que aún tenía a medias, las llamadas y correos pendientes de respuesta. Priorizaba las tareas.

Antes en el tren leía. Durante años, leía. Pero ahora economizaba el tiempo. En eso era un reina. Esos 23 minutos con la mente fresca, recién duchada y desayunada, resultaban enormemente productivos. Esa mañana, en concreto, Sandra planificó tres llamadas que debía hacer no antes de las diez ni después de las once, pensó en que convocaría a su equipo a una reunión para el próximo jueves a lo más tardar y terminaría, hoy sí, el balance de resultados en el que llevaba dos semanas trabajando.

Antes, cuando leía en el tren, no se preocupaba tanto de organizarse. No lo veía importante. Antes a veces se fijaba en sus compañeros de vagón. Incluso entablaba conversaciones imaginarias con desconocidos. Ahora, los años le habían enseñado que eso no era útil. Es más, no servía para nada. Había aprendido que a los desconocidos del tren les traía sin cuidado. En cambio, planificarse el día le hacía mucho más fácil la jornada laboral.

Esa mañana, en concreto en el minuto 17, pasó algo que no había pasado ningún lunes, ni martes, ni miércoles, ni jueves, ni viernes. Algo inesperado, extraordinario, increíble y prodigioso. Tan inesperado, extraordinario, increíble y prodigioso que Sandra se bajó una parada antes.
 
Y se olvidó de las tareas del día.
 
*Tenía esto por ahí escrito...

1 comentario:

Eva R. Picazo dijo...

lo tenías por ahí escrito...
y a mi me ha encantado...
beso!