Conocí a un chico guapísimo el otro día. Debía tener algún año más que yo, pero no muchos más. Se le adivinaba un cuerpo perfecto. Tenía los ojos claros. Lo conocí de manera equivocada. Tenía que haber sido diferente, supongo. Ojalá. Yo estaba en mitad de mi jornada laboral, entrevistando transeúntes en la plaza de Lavapiés para un artículo. No había desayunado y hacía mucho calor. Sopesando la posibilidad de hacer un alto en el camino para tomar un café con cruasán, el chico se acercó y, sin paños calientes, preguntó: “¿Me compras un cartón de leche en el supermercado? No he tomado nada hoy”. “Sí”, respondí sin pensar. Y fuimos juntos al Carrefour de la plaza. Mientras caminábamos entre estanterías daba vueltas al porqué de que un joven con tan buena planta me pidiera para comer. “No puede ser que este chico no tenga nada, es que no puede ser”, el pensamiento se repetía. Reconoceré que olía un poco mal. Bueno, muy mal. Nada que no se arreglara con cinco minutos de ducha y un poco de jabón.
—Oye ‘pilla’ también una bolsa de bollos o algo, que leche sola...
—¿Si? ¿Seguro? —me mira como si acabara de ofrecerle acciones en Inditex—.
—Sí, claro.
Cogió un paquete de cruasanes de chocolate. Mientras esperábamos a la cajera cuenta que era soldador y que se quedó sin trabajo. Enseña, como demostración, las quemaduras que tiene en los brazos. Luego dijo ser de Bulgaria y llevar un mes viviendo en la calle. Volvimos a la plaza y, sentados en un banco comiendo cruasanes, ahora soy yo la que da explicaciones de por qué andaba por allí cuaderno y grabadora en mano. Estoy pensando lo mucho que me gusta este chico y las ganas que tengo de volver a verlo. Sin embargo, estoy paralizada. Si le pido el teléfono, me lo dará, seguro. Seguro que si le propongo quedar, quedaremos. Seguro que haremos todo lo que yo quiera. Pero no puedo. Va pensar que se lo pido con algún fin periodístico 'oculto'… y no quiero que piense eso. Malditos ojos claros.
Interrumpió la sucesión de acontecimientos que tenían lugar en mi cabeza para informar de que ese debía ser su día de suerte pues, antes de encontrarme, le había llamado un conocido para ofrecerle trabajo en Guadalajara. “Lo que no sé es cómo voy a llegar hasta allí”. Sentí alegría y alivio al instante. El chico necesita un trabajo. Y yo no puedo volver a quedar con alguien que tiene que irse inmediatamente a Guadalajara. Porque las relaciones a distancia son la muerte. Así que sí, tenía que irse. Ya. En cualquier caso, estoy de acuerdo: Es su día de suerte así que, para que continúe, le doy 20 euros. Y un beso.
Me da pereza infinita escribir en el blog últimamente, lo reconozco.
2 comentarios:
A lo mejor era un listo sacacuartos engatusadamas que te vió prendada y se supo aprovechar un poquito.
igual el destino os vuelve a cruzar.. él siempre te estará agradecido...
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