domingo, 13 de marzo de 2011

Chico y Rita

Pasé casi dos meses en La Habana y no llegué a conocerla (¿Cuánto tiempo hace falta para conocer una ciudad? En Madrid a veces me siento extranjera). Fui para allá persiguiendo a mi madre, que por aquel entonces había decidido vivir su vida lejos de casa. El primer día le dije: "Mama vuelve". El último: "¿Nos volvemos?" Las piñas coladas, los paseos por el malecón a media tarde, la alegría de la gente, los chicos, los puros, las calles, la música... me ganaron. Vale, también vi putas de doce años, fui víctima de un robo, vivía casi sin luz ni agua caliente y reconozco que sonaba más el reggeaton que la salsa, pero ahora de eso no quiero acordarme.

Prefiero acordarme de Daisy, una niña de cuatro años que bebía cafés solos, tenía tres novios y movía el culo con gracia. Vivía en una chabola, como la mayoría. No se parecía nada a las niñas europeas, que ponen ascos a la comida y son caprichosas. He querido más a esa niña que a familiares no tan lejanos. También me acuerdo de Santiago, un mulato que estaba buenorro y se quería casar conmigo. Mi amol, me decía. Era demasiado para mí, pero oye, nos echamos unos bailes. También recuerdo un día en que pedí un whisky con limón y me llenaron un vaso grande con whisky y me cortaron un limón a la mitad. Por no quedar de europea pija, lo bebí enterito, con dos cojones. Mi madre aún me echa en cara el paseo de vuelta a casa conmigo gritando ¡Viva la revolusión!

Me ha acordado de estas historias después de ver Chico y Rita, la película de animación de Trueba y Mariscal. En la Habana de los 40 Chico, pianista, se enamora de Rita, cantante. La vida les une y les separa aunque nunca dejen de quererse. La originalidad del argumento brilla por su ausencia, pero solo por la música y los dibujos merece la pena. Eso y que habla de amor romántico. El amor es bonito. Aunque haga mucho de sufrí y eso.

Tráiler:


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